Numo era bajito y llevaba una gabardina. Siempre. Las gabardinas son impermeables y no dejan que cale la lluvia.
También llevaba siempre sombrero de copa. Sabía que los recuerdos llevan un paracaídas, y cuando menos se lo espera uno, saltan desde la coronilla y aterrizan en cualquier otro mundo.
Numo solo comía lacasitos rojos. Bien sabido es que son buenos para la memoria. Guardaba los de otros colores en tarros vacíos de mermelada. Estaban apilados llenando las paredes de su habitación. Y tenía una memoria de elefante.
Desde su cama podía asomarse a una ventanita de bohardilla. Sacaba la cabeza en su tejado y miraba a su alrededor a otros tejados destartalados con otras ventanitas de bohardilla. Sabía que debajo de cada una latía una respiración.
Ayer, en mitad de la noche Numo se despertó. Mil gotas llamaban en su cristal. O quizá sonaran dentro de su sombrero.
Le pesaba la cabeza y tenía tapados los oídos. Separó un par de lacasitos rojos, se los metió en la boca y se sentó en la cama a pensar.
Numo tenía memoria de elefante.
Le costaba mantener la cabeza erguida, porque a cada minuto le pesaba más. Unas espirales en las sienes y detrás de los ojos le estaban empezando a doler.
Numo pensaba, pensaba, y sus pensamientos traqueteaban contra el ala del sombrero. Cada vez se golpeaban más fuerte, y algunos se hacían añicos al chocar. Se llevaba las manos a la cabeza para sujetarla bien; pesaba mucho y el sombrero amenazaba con caerse.
Las sacudidas le bajaban por los brazos, que apenas tenían fuerza ya. La habitación entera vibraba, algunos tarros caían y bañaban el suelo de colores. Todos menos el rojo.
Los lacasitos botaban sobre la tarima como si tuvieran vida propia, las vigas crujían en el techo.
Entonces el sombrero salió despedido y quedó inmóvil en una esquina. Y todo enmudeció, y se paró el tiempo.
Numo lo vio. No había ningún sombrero. Un elefante le miraba con ojos brillantes.
Y vio sus ideas derramarse.
Descubrió que los besos son amarillos y a veces sonríen desde la copa de un árbol.
Que las palabras pueden meterse en la nariz y le hacen a uno estornudar.
Que las sonrisas pueden estar escondidas en un baúl de cacahuetes, y al coger un puñado uno puede tener la suerte de llevarse una o dos entre los dedos.
La ventana se había abierto y el agua entraba en un cuadrado de su memoria. Numo se quitó la gabardina y dejó que le empapara la espalda, y después la cara, y la risa. Y se dejó caer entre lacasitos de colores. Todos menos el rojo.
5 comentarios:
Gracias, Castaway ;)
Gracias a ti por escribir este cuento, es precioso, me encanta tanto la idea que transmites como la forma. Y los dibujos ;)
Esto tendría que estar lleno de comentarios! es una idea genial. me he hecho pensar un boquito en la serpiente de El principito.
(Prefiero los M&M)
Definitivamente, Numo era un tipo listo.
Gracias, Nikaperucita. La idea del cuento viene en parte de la serpiente del principito, me alegro de que se capte ese matiz desde fuera. Y yo también prefiero los M&M's :)
Orologiaio, gracias por comentar. Las personas listas son capaces de darse cuenta de los errores y adaptarse a las nuevas situaciones.
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