25.6.09

Adagio


Dentro de la cajita de música daba vueltas una bailarina, como en la gran mayoría. Quizá el simple tópico que suponen sea lo que les da un aire especial. Las notas saltaban en un gran círculo anaranjado, al son del giro de la muñeca. La voz de él encandilaba a la cajita y a la bailarina, y la habitación se teñía de calor con el vibrar grave de su garganta. Voz cobriza y profunda, sus palabras marcaban el ritmo de la danza del mundo. Ella le miraba atenta, tratando de atrapar todos los sonidos en un solo instante. Tras un par de compases de escucha, comenzaba a cantar, alegre. Cantaba un aria de gratitud, de sentirse protegida en esa voz que todo lo envolvía. Solo sentía paz.


Ayer viste un edificio agazapado
tras los cipreses escarpados.

Te miraba furioso,
celoso quizá de tu fortuna
y se le encendían los ojos.

Ajeno a todo
o más consciente que nunca del mundo
estabas tú,
revelado en blanco y negro,
con el sol poniéndose en tus pupilas.

De tu mano una mujer
se aprendía de memoria
cada detalle de tu piel,
tratando de impregnarse de ti
hasta que volviera a verte.