14.12.08

Numo

Numo era bajito y llevaba una gabardina. Siempre. Las gabardinas son impermeables y no dejan que cale la lluvia.


También llevaba siempre sombrero de copa. Sabía que los recuerdos llevan un paracaídas, y cuando menos se lo espera uno, saltan desde la coronilla y aterrizan en cualquier otro mundo.




Numo solo comía lacasitos rojos. Bien sabido es que son buenos para la memoria. Guardaba los de otros colores en tarros vacíos de mermelada. Estaban apilados llenando las paredes de su habitación. Y tenía una memoria de elefante.



Desde su cama podía asomarse a una ventanita de bohardilla. Sacaba la cabeza en su tejado y miraba a su alrededor a otros tejados destartalados con otras ventanitas de bohardilla. Sabía que debajo de cada una latía una respiración.





Ayer, en mitad de la noche Numo se despertó. Mil gotas llamaban en su cristal. O quizá sonaran dentro de su sombrero.






Le pesaba la cabeza y tenía tapados los oídos. Separó un par de lacasitos rojos, se los metió en la boca y se sentó en la cama a pensar.


Numo tenía memoria de elefante.


Le costaba mantener la cabeza erguida, porque a cada minuto le pesaba más. Unas espirales en las sienes y detrás de los ojos le estaban empezando a doler.




Numo pensaba, pensaba, y sus pensamientos traqueteaban contra el ala del sombrero. Cada vez se golpeaban más fuerte, y algunos se hacían añicos al chocar. Se llevaba las manos a la cabeza para sujetarla bien; pesaba mucho y el sombrero amenazaba con caerse.



Las sacudidas le bajaban por los brazos, que apenas tenían fuerza ya. La habitación entera vibraba, algunos tarros caían y bañaban el suelo de colores. Todos menos el rojo.




Los lacasitos botaban sobre la tarima como si tuvieran vida propia, las vigas crujían en el techo.



Entonces el sombrero salió despedido y quedó inmóvil en una esquina. Y todo enmudeció, y se paró el tiempo.




Numo lo vio. No había ningún sombrero. Un elefante le miraba con ojos brillantes.




Y vio sus ideas derramarse.



Descubrió que los besos son amarillos y a veces sonríen desde la copa de un árbol.




Que las palabras pueden meterse en la nariz y le hacen a uno estornudar.



Que las sonrisas pueden estar escondidas en un baúl de cacahuetes, y al coger un puñado uno puede tener la suerte de llevarse una o dos entre los dedos.




La ventana se había abierto y el agua entraba en un cuadrado de su memoria. Numo se quitó la gabardina y dejó que le empapara la espalda, y después la cara, y la risa. Y se dejó caer entre lacasitos de colores. Todos menos el rojo.

5.12.08

Vida/s? (Segundo capítulo)



Caminan paralelas
las palabras,
convergiendo en
ovillos transparentes,
goteando hilos de tinta:

nítidos borrones indelebles
van cosiendo los extremos
al ansia de vida
bajo cada piel,
perfeccionando
el esbozo del camino
que llega al mismo punto.

2.12.08

2 de diciembre...

2 de mis dedos tratan de despegar el troquel. Nunca se creyeron el placebo del abrefácil, siguen impregnándose de tropiezos. Al fin ganan la batalla, y descubren el bombón vestido de nostalgia y relleno de esperanza. 2 son las ventanas de cartón que me miran desde la mesilla, que me recuerdan cada hora que llevo sin respirar. 2 veces ha tenido que gritar hoy el despertador para arrancarme de tu lado y sacar las plantas de mis pies al frío del pasillo. 2 cucharaditas de café para camuflar los posos del cansancio, para ocultar que nos dieron 2 veces las 2, y que no sé arrepentirme por ello. Y 2 caricias me recorren, la tuya, la mía, ¿o no son 2?

1.12.08

Hora/s?

Se acumulan
los minutos
entre las cuerdas vocales.

Sangran segundos,
doliendo enteros,
cayendo pacientemente
sobre tu ausencia,
degustando con inquina
cada paso
en su hiriente recorrido.

Días


Nítidamente diáfano, el último rayo del atardecer se refleja insidiosamente, con textura de antiguo, en el raíl abandonado. Sin prisa, asciende lamiendo de forma cálida el contorno desnudo de la silueta inmóvil.

El leve sonido del agua intentando esquivar cada piedra acompaña a una sutil brisa que no consigue erizar el vello de su piel, ni camuflar con un escalofrío el dolor que le ahoga desde el pecho, incomprensible al sentirse vacío.