6.9.08



Ríos, ríos de hielo

corrían en vez de sangre.

Los músculos papilares, como

estalactitas de fría piedra caliza,

sujetaban las paredes agrietadas

de la caverna cardíaca,

vomitando bocanadas

de glaciares ensangrentados

a cada latido.


Sentía como si cada nervio

de su cuerpo estuviera enredado

en un tallo de rosa de cristal

con sus mil espinas clavándose en él.


Y creía el maldito sol

que calentando su piel podría fundir

los afilados témpanos de dolor

que se arrastraban impasibles

por sus vasos, rasgándolos,

haciéndolos jirones en cada recodo.


Añoraba la certeza de si volvería

a llegar la primavera.

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